Junto al mar, entre olas y gaviotas, siento el privilegio de estar viva. Divago sobre la relación de los humanos con la naturaleza. Me pregunto cómo podemos salir de este sistema perverso que provoca la degradación de la biodiversidad y la destrucción de nuestro ecosistema.
A pinceladas, me surgen los distintos enfoques de cómo hemos percibido nuestro hacer en el entorno. Recuerdo que hasta hace poco, se creía que, en este inhóspito planeta, el hombre tenía que dominar a la naturaleza. Visión patriarcal de sociedades agrarias.
Con el desarrollo industrial, se pasó a ver la Tierra como fuente de recursos para empresas de progreso, aunque resultaron destructivas.
Recientemente, con la sociedad de la información, surgió la conciencia ecológica. Los humanos, conscientes de la limitación de recursos y de las amenazas del cambio climático, se plantearon la necesidad de proteger a la naturaleza.
Parece un avance. Pero insuficiente.
Bajo este enfoque, ahora en la sociedad en red, seguimos considerándonos fuera de la naturaleza. Como una especie separada del resto. Y no es así. Somos parte de ella.
¿Qué es la naturaleza, si no la constante interacción de la vida en sus diferentes manifestaciones con el resto del planeta?
Los humanos hemos dejado nuestra huella en ella al igual que el oso y la hormiga. Ya estamos en el Antropoceno.
El viejo barco comparte con algas, pájaros y crustáceos la historia de su cultura. Todos los seres vivos, a su modo y aunque no lo percibamos, bailan o cantan en las fiestas de la vendimia, se reúnen las familias al calor cuando cae la nieve y se emocionan con el nacimiento de los hijos.
Somos eso, unos primates que con mayor o menor acierto han visto evolucionar su especie. Mirarnos desde dentro de nuestro ser, desde el misterio, desde lo “salvaje”, sentirnos parte de la naturaleza, parte responsable: ese es el paso que nos falta para una visión ecológica profunda.
Y así, junto al mar, recuerdo la filosofía poética de Gary Snyder, maestro Zen, poeta de la naturaleza salvaje, quien, con humor, nos propone un cambio de punto de vista, bajo la sospecha de que estamos aquí para entretener al resto de la naturaleza. El dice: “Somos una panda de primates payasos y seductores. Todas las pequeñas criaturas se acercan sigilosamente a escuchar cuando los hombres están de buen humor y dispuestos a tocar y cantar canciones.”
Por cierto. A mi perro le encanta Mozart.
Marga Schmidt
FOTOGRAFÍAS DE SONIA WANDOSELL
Me encanta Marga
y de qué estamos hechos sino de la misma tierra, aire, agua y fuego.
Las lagrimas saladitas nos recuerdan esa parte de mar que somos
Abrazo grande!
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Bonitas y útiles divagaciones. Primero tomar conciencia. Luego actuar en lo cercano. Después presionar a los poderes públicos, y finalmente, difundir estas ideas!!!!!!
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Marga, hermosa «reflexión» que he compartido letra por letra desde una calita ibicenca.
(Nota: a mi gato le tira más el heavy metal)
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